Cuando se atisba Carmona en el calendario, es que la
temporada llega a su fin. Y era algo que el cuerpo y la mente me pedían desde
hace semanas. Así que no quería darle más largas a esas sensaciones, y sería
allí donde me colgaría el dorsal por última vez esta temporada, que ya está
bien.
Al igual que siempre, siete kilómetros, algo menos, con
giros, mucho empedrado y pocos metros llanos. Como es habitual, el plato fuerte la subida al Parador Nacional que
vamos, con el paso de los años, sabiendo gestionar. Una carrera en la que me
gusta sufrir, pero disfrutar a su vez, en especial de su tercio final. Dónde si
has sido hormiguita y no cigarra, te puedes divertir mucho.
La sorpresa es que la disputa de la carrera coincidía con el
debut de la selección española de fútbol en el mundial de Brasil, lo que
lamentable restó participación entre los atletas y los vecinos echados a la
calle para animar. Los que comparecimos fuimos menos, sí, pero valientes. Porque además la
temperatura era de órdago, con alerta por ola de calor. Más de 30º antes de
salir, casi ná.
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Antes de arrancar, con mi primo
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Gran aliciente, sin duda, poder saludar en los prolegómenos
a uno de mis primos, Jorge, al que estoy aconsejando, en la distancia, en sus
entrenamientos. Progresa adecuadamente, y en breve se irá sorprendiendo de sus
logros, si hace de la constancia su compañera.
Volviendo al calor, y a la carrera en sí, la temperatura era
tal que no empecé a moverme hasta cinco minutos antes del tiro, y en ese lapso
de tiempo, hice menos de quinientos metros. Así estaba el panorama. Con éstas,
decido salir prudente, amén de que se comienza picando para arriba.
Primera curva y primer recorte masivo, impresionante el
descaro del personal. Yo a lo mío. Sé que más de la mitad de los que van por
delante, al final, terminarán a mi espalda. Aunque prudente, el primer
kilómetro sale rápido, 3’36”, a pesar de la primera subida, el resto es
favorable.
Completamos la primera vuelta, de poco más de dos
kilómetros, y volvemos a pasar por meta, para hacer ahora la vuelta grande, “la
graciosa”. Con certeza es la parte más dura de la prueba, pero la más bella,
sin duda, de todas las carreras urbanas en las que he participado. Pasar el
arco de “La Puerta
de Sevilla”, es una sensación especial, y cuando se vuelve a pasar en bajada,
sin vas con hambre y piernas, es aún mejor.
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Comienza la guasa |
Es este punto el que marca el inicio de la cuesta al Parador,
con sus dos curvas que te engañan, ya que crees llegar al final. Este año, como
casi todos, subo midiendo esfuerzos, sin pasarme, que luego viene lo mejor - me
digo. Arriba, y pese a todo, asfixiado y con el corazón a mil, viene el regalo
de la campiña a tus pies. Enorme, llana, infinita. Parece una colcha remendada,
con parches en distintos marrones, otros
dorados, por el cereal y otros verdes, por el maíz, con lunares amarillos, de
los girasoles. Unos segundos, unos metros, en los que la vista se recrea y
parece que el sufrimiento no existe, desaparece.
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Todo lo que sube...
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Pero al volver la vista al frente, al empedrado, te das
cuentas que ahora toca sufrir, pero bajando. En los primeros metros parece que
estás aprendiendo a correr. Vienes de subir, con esfuerzo, con zancada corta, y
ahora el terreno te pide dar zapatilla. El principal problema es acompasar el
paso, y recuperar la respiración, adecuarla. Una vez hecho, vista al frente y a
trazar con tiralíneas. Aquí no hay acera, no hay camino, es todo uno. Así que
vas los más recto posible. Si bien, es todo un aparente descenso, las piernas te
transmiten rápido que también hay pequeñas zonas donde vuelves a ir para
arriba. Y el cuádriceps te da un bocado, a modo de aviso.
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Con todo |
Si has sido capaz de guardar fuerzas, en esta parte te
puedes “llevar por delante” a muchos, que pagan el exceso de subir fuerte. En
la parte más rápida del descenso sólo me comí a dos o tres atletas, pero sí que me acerqué a un grupo, deslavazado, que a falta de mil quinientos metros, me
puse como meta alcanzar. Aún había algún minirepecho para arriba, donde las
piernas, que dolían, me decían que a pesar de todo iban más fuertes que los de
delante. Y ya en el tramo final eché lo que me quedaba, los últimos metros de
la temporada. Así fui pasando atletas y atletas. No fue un sprint, sino un
ritmo fuerte sostenido. Si alguien me hubiese sprintado, no habría tenido
respuesta. Se me quedaron dos atletas más en el tintero, pero no había más
metros.
Me quedo con la sensación de haber disfrutado mucho de la
carrera, me dio lo que quería. Terminar rápido, vacío y satisfecho. Y en estas
alturas del año no se le pueden pedir peras al olmo. Mejora de más de 30” con respecto a mi última
participación (2012). ¡Qué mejor manera de terminar el año atlético!
Ahora unas semanas de asueto, para coger impulso y
planificar la próxima temporada, en la que, si quiero mejorar, el esfuerzo será
un valor fijo en la ecuación.