Si nos ceñimos a los números se podría decir que la carrera
no fue buena. 1h26m21s dista mucho del objetivo marcado, que no era otro que
mejorar la 1h23m09s del año pasado.
La clave, el
protagonista de la carrera no fue otro que el viento, lo que hacía que apostar
por mejorar marcas o hacer una carrera interesante quedase en un espejismo, e
intentarlo en una temeridad.
Los entrenos estaban a mi lado. Los controlados me acercaban
al objetivo, las series no eran malas y desde hace más de un mes estaba
metiendo rodajes largos para el cambio de plan de entrenamientos a maratón, lo
que había mejorado mis sensaciones en los entrenos exigentes. En un día normal
habría podido asaltar el objetivo, pero ello no era posible.
En Ayamonte, donde estaba desde el viernes, tuve tiempo de
darle muchas vueltas al coco. Ya sabía, según las previsiones meteorológicas,
que el domingo se preveía un cambio de temperatura, me da igual el frío, alguna
probabilidad de lluvia, me da igual que llueva, y viento de origen nor-noroeste
lo que hacía presagiar una carrera complicada, en especial en la segunda mitad
de la prueba que discurre por una travesía sin protección reseñable.
Así que a sabiendas de la situación tenía dos opciones. Por
un lado tirarme al toro y morir en el intento, o usar la carrera como un test
pensando en la maratón, haciendo 10K a ritmo maratón y resto a ritmo media
maratón.
Aunque esta duda la llevé en la cabeza hasta casi el
pistoletazo de salida, donde las banderas del Estadio Blas Inflante ya ondeaban
con rabia, mi corazón ya había decidido desde hacía semanas. Tras Córdoba,
donde no fue el día y bajé los brazos antes de tiempo me autoexigía un
desquite, darlo todo, exprimirme, arriesgar. Así que ya sabéis lo que hice.
¿Osado? ¿Una temeridad? Probablemente, pero es lo que me pedía el cuerpo y salí
decidido a darlo todo.
Vamos a la carrera. Cuesta ponerse en tirantas, las ráfagas de
viento frío te dejan tiritando. Afortunadamente aquí no hay que esperar mucho y
dan puntualmente la salida y sin apreturas. Cojo el ritmo rápido y paso a
ejecutar el plan. Hay que buscar un grupo sí o sí, con un día de viento es
obligatorio. Los primeros dos kilómetros los paso mirando el reloj para no
pasarme de rosca y sondeando el horizonte y a los que me pasan a ver donde me
engancho.
Antes de la única cuesta, la que corona con el K3, pasa una “rusita”
con su “rusito”, y junto a ellos la bicicleta con la banderola de primera
mujer. Tras ellos siete u ocho atletas que saben que éstos van a su rollo y no
van a pedir relevo ni nada, además que lo pidan que no les entendemos. Me sumo
al grupo. No será el definitivo para mí, pero de él saldrá una importante
alianza.
Como ya decía los rusos dejan claro que van a lo suyo van
subiendo el ritmo, no quieren que nadie les moleste. Sobre el K5, y tras el
callejeo alcanzamos a otro grupo, donde van tres de un club de Coria del Río.
Parece que la cosa se relaja, yo ya iba pensando en que ese grupo era mucho
para mí, pero por otro lado miraba para atrás y ya no veía más donde
engancharme y hacerme la parte final de la carrera solo era algo que me
aterraba. Lo conozco bien, llevo muchísimos años veraneando en Ayamonte, he
entrenado en ese tramo cientos de veces y cuando el viento sopla olvídate de
tiempos. El caso es que la calma dura poco y los rusos vuelven a tomar los
mandos, deshaciendo el grupo y tirando por debajo de 3’50”.
¿Qué hago? Decido dejarlos. Ese ritmo me destrozaría sí o sí,
con y sin viento. Ahora hago dupla con dos portugueses. Uno me habla, le
respondo (en portugués) y entablamos “amistad”. Le comento que la segunda mitad
de la carrera va a ser dura, y los últimos 5K durísimos, me comenta que lo
sabe, que ya ha corrido aquí antes. Bajamos un pelo el ritmo, no me gusta y
tiro un poco. Él no me sigue. Cruzamos, por segunda vez, una de las calles
principales del pueblo. Voy dirección norte, el viento sopla en contra y el
ritmo se resiente. Lo tengo claro y decido esperar a los 2 portugueses, mejor eso
que nada.
Pasamos el ecuador de la prueba. Los rusos han hecho una
selección notable y marchan casi en solitario. Tras el punto de avituallamiento
de mitad de carrera me quedo sólo con el portugués que me habló, José “Pimenta”.
Llevamos delante una pareja y decidimos ir a por ellos, para ver si hacemos
fuerza. Pero nada más sentirnos llegar se abren para dejarnos el peso. Pequeños
momentos de inpass, Pimenta me dice que deberíamos coger al grupo que está
delante y aguantar ahí hasta el final. Dicho grupo estaba formado por los que
los rusos habían dejado atrás y por otros que habrían salido muy rápido y ahora
habían encontrado su paso. Tenía buena pinta, siete u ocho atletas, buen grupito
para luchar contra el viento – me dije. Le digo al portugués que vamos y
abandonamos a los otros dos que no nos siguen.
Sabía que estaba quemando mucha pólvora, ya que la caza no
fue nada fácil, pero entendía que era mejor alternativa que quedarme atrás
rezagado con los otros dos que no parecía prestos a colaborar. Arriesgué. El
grupo ofrecería mayor protección. Aunque a priori, ahora íbamos con el viento a
favor, de vez en cuando venían unas ráfagas laterales que casi te desplazaban.
Nos costó mucho, mucho cazar al grupo. Pimenta me repetía “chegar e manter,
chegar e manter” (llegar y mantener). Yo le hacía el signo del pulgar hacia arriba, no quería
ni hablar.
Al final los alcanzamos poco antes de llegar a la playa. Sabía
que lo que quedaba iba a ser durísimo: final de la carrera, alguno pregonaba
que tras el giro en la playa iba a tirar y sobretodo el viento. El rato que
estuve tras el grupo ya me hizo ver que iba muy justo de energía. No pintaba
bien la cosa. Llegamos a Isla Canela, allí está la afición: mis padres, mi
chica y el pequeñajo. Recompongo algo la figura para saludarles y salir bien en las fotos, puro teatro, ya la cosa
pintaba mal y me refugio descaradamente al final de grupo.
Cambio de sentido, volvemos al pueblo, y aquello parece un
toque de campana. Alguno ya se lanza y el grupo pasa a ser una fila casi de
manera súbita. Yo cierro. Pimenta me hace puente para volver, incluso me
espera. Grande.
Afortunadamente fue un momento de arrebato de alguno que pasó
en cuanto vio, o mejor dicho, sintió el viento. La euforia desapareció. Miraron
para atrás y el grupo se reorganizó. Casi sin querer estaba otra vez con ellos.
Enfilamos la travesía de vuelta y Eolo nos saluda con energía. Es mi puntilla.
En el pueblo, con los edificios, al inicio de la prueba, era soportable, pero a
estas alturas de la película la cosa era bien distinta. Incluso yendo
descaradamente el último el viento me pega de lo lindo. Cedo uno, dos, tres
metros, el viento me mata. Hago un cambio de ritmo brutal, vuelvo a entrar. Ya
sufriendo mucho. Una arboleda nos da cuartelillo, un breve respiro. El ritmo
del grupo ya roza el 4’
pelao, normal. Cedo hasta en tres ocasiones, volviendo a entrar con mini
cambios. Pero finalmente caigo cual fruta madura. La brecha se abre de una manera
exponencial, el viento me machaca. No puedo seguirles ni con la mirada. Echo
una ojeada hacia atrás y sólo veo atletas sueltos.
Me quedan cuatro kilómetros muy duros. Me planteo si he sido
demasiado kamizake, si debí haber sido más cauto. Pero me digo que no, que he
hecho bien, que toca sufrir hasta meta y que llegaré como sea. Me pido no
abandonarme y consigo mantener una cadencia “decente” hasta meta. De ir por
debajo de 4’
paso a casi 4’40”, gran diferencia, sin embargo sólo me pasan cuatro atletas y
yo superé a un quinto. Los dos últimos, que me adelantaron cuando restaba poco
más de un kilómetro, me dan algo de vida. Trato de seguirles, alegrar el paso,
ya con la vista del estadio en el fondo. Aunque tironeo un poco recobro algo de
ritmo, no soy capaz de seguirlos pero los uso de referencia.
Rodeando al estadio me doy cuenta de que tampoco voy a poder
disputar con nadie. Los de delante están lejos y los de detrás también.
Afortunadamente entrar en el tartán te da un plus, que casi sin querer, alegras
el paso para completar la vuelta a las pistas. Fin de la aventura.
En el avituallamiento encuentro a Pimenta, ha bajado por un
segundo de 1h24m y los rusos, no sé si fritos o bien relajados ya que ella no
tenía competencia, “sólo” hicieron 1h23m41s.
Al terminar la carrera la sensación que tenía era de orgullo,
de haberlo dado todo, sin reproches ni quejas. Tengo muy claro que de no haber
habido viento habría hecho un gran registro, pero tengo igual de claro que hice
una buena carrera. Arriesgué, me la jugué y a falta de 3,5Km me derrumbé. Casi
me sale. Ahora a pensar en el maratón.
Sólo tengo una queja para la organización, que ya le he
hecho llegar, y es que esta prueba tiene casi 300m de más y es algo muy, muy fácil
de solucionar. Pero ya se lo recordaremos dentro de unos meses. Pese a ello
sigo pensando que es una buena prueba, y que sigue entre mis favoritas. Buena
gestión y sin aglomeraciones, y un buen viario para correr rápido.